Queridos lectores,
Una historia de Túnez: Un arroyo fluía por los paisajes y alcanzó el desierto de arena. Se dio cuenta de que su agua se filtraba en cuanto fluía en la arena. Sin embargo, estaba convencido de que su destino era cruzar el desierto. Entonces escuchó una voz que le habló: “El viento cruza el desierto y el arroyo también puede hacerlo.” El arroyo dijo que él solo sería absorbido, pero que el viento podía volar… La voz: “Si te mueves de la manera acostumbrada, te será imposible cruzar el desierto. O desaparecerás o te convertirás en un pantano. Debes permitir que el viento te lleve hasta tu destino.” El arroyo respondió: “¿Pero cómo se supone que eso debe suceder?” La voz: “Dejándote tomar por él.” Esta idea era inconcebible para el arroyo. Al fin y al cabo, nunca antes había sido tomado por el viento. De ningún modo quería perder su propia naturaleza.
“El viento cumple su tarea”, dijo la arena. “Toma el agua, la lleva sobre el desierto y la deja caer de nuevo. Cae como lluvia, y el agua vuelve a convertirse en arroyo.” El arroyo seguía siendo escéptico: “¿Cómo puedo saber que eso es realmente verdad?”
“Así es, y si no lo crees, solo podrás convertirte en un pantano”, respondió la arena. Y el arroyo dejó que su vapor se elevara en el viento, que lo llevó hacia arriba y, tan pronto como, después de muchas millas, llegaron a la cima de la montaña, lo dejó caer de nuevo. Así cuenta la historia de Túnez.
Conclusión en un contexto de fe:
- No dejamos lo acostumbrado con gusto.
- No queremos perder nuestra propia naturaleza.
- No creemos ni confiamo s tan rápido cuando no conocemos algo.
Dios quiere transformarnos. Para eso, debemos dejar atrás lo acostumbrado, aunque sean rasgos que llevamos con nosotros desde hace años. A Dios se le puede creer y confiar, aunque no conozcamos el resultado. Mucho éxito en tu viaje.
Saludos,
Wolfram Laube
