Queridos lectores,
En la primera carta de Pedro, en el capítulo 2, está escrito: “Así que desechad… toda maledicencia.” - El rabino Julian-Chaim Soussan dijo al respecto: «¿Cuál es la intención detrás de las palabras? Siempre resuena algo de desprecio, de fascinación, de desvalorización. No se trata de que alguien difunda mentiras, sino de que alguien diga incluso algo verdadero, pero con ello provoque un efecto negativo.» Uno puede ver cómo su prójimo peca, pero contárselo a los demás, para eso no tengo ningún encargo. ¿O lo tenemos? ¿De quién?
Pero quiero llamar la atención sobre otro culpable, aquel que no hace nada. Interesante: ¡un culpable que no hace nada! Es aquel que disfruta escuchando cosas negativas. El que, cuando le dicen: “Ven, quedemos… te contaré algo sobre otro”, enseguida está dispuesto y escucha con gusto. ¿De dónde saca este, en realidad, un encargo? ¿De quién?
¿Cuál es el motivo detrás de esto? Envidia, resentimiento, necesidad de reconocimiento, afán de prestigio… Para ambos: para el que habla y para el que escucha. Se trata de denigrar a otra persona. ¡Sin encargo!
¿Qué pasaría, en realidad, si alguien quisiera volver a contar algo sobre otro, pero nadie le escuchara? Ya no tendría a quién contárselo.
Jesús dijo en Mateo 12, versículo 34: «¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar cosas buenas, siendo malos?»
No encaja con el Evangelio aplicado, con lo que Jesús enseña, es decir, hacer el bien. Y eso, ¡con encargo!.
Saludos,
Wolfram Laube
